¿Qué es la terapia asistida por mascotas?

Las mascotas cumplen muchas funciones. En los ancianos, pueden ser la razón para levantarse de la cama y comenzar el día, alguien que depende de ellos, y les da amor.

Personas que viven solas los animales pueden ser los únicos seres vivientes con los que hablen e interactúen durante muchas horas al día. Además los efectos terapéuticos que las mascotas pueden tener en todos los ámbitos de la vida de un ser humano son realmente asombrosos……

El amor que, especialmente los perros brindan es incondicional; no les interesa, nuestra edad, habilidad física, cómo lucimos o actuamos, nos aceptan y aman como somos.

De ellos aprendemos valores como la fidelidad y la honestidad, así como también una gran cantidad de sentimientos, siendo el más grande de ellos, el amor.

El perro es el animal ideal por su gran dependencia del ser humano, su facilidad para aprender y su predisposición a la obediencia, características que facilitan el trabajo con él y la aceptación por parte del paciente.

¿Cómo una mascota influye en las terapias?

Este tipo de contacto mejora el bienestar de la persona y, en bastantes casos acelera el proceso de recuperación. Sirven de ayuda al terapeuta de los niños psíquicamente disminuidos, a conseguir su atención, en situaciones donde esto podría ser difícil.

Desde el siglo XVIII que se han utilizado a las mascotas como ayudantes de terapias convencionales.

La primera vez que se utilizaron fue en Inglaterra, en 1792, donde se trató enfermos mentales y posteriormente, en 1867, los animales de compañía intervinieron en el tratamiento de epilépticos en Bethel (Biefeld, Alemania).

En 1944, la Cruz Roja Americana organizó en el Centro para Convalecientes del Ejército del Aire, en Nueva York el primer programa terapéutico de rehabilitación de los aviadores.

El Dr.Boris M. Levinson, en su libro titulado «Psicoterapia Infantil Asistida Por Animales» relata las experiencias vividas junto a su perro y pacientes introvertidos que perdían todas sus inhibiciones y miedos gracias a la presencia del can en el consultorio, ya que éste favorecía la comunicación entre el psiquiatra y sus pacientes.

«Una mañana temprano, Gingles estaba echado a mis pies en mi despacho mientras yo escribía, cuando sonó el timbre de la puerta.

A Gingles no le estaba permitido entrar a la consulta mientras yo atendía a mis pacientes, pero ese día no esperaba ninguna, sino hasta varias horas después.

Él me siguió hasta la puerta donde recibimos a una madre y a su hijo muy alterados. El niño había pasado ya un largo proceso terapeutico sin éxito. Le habían prescrito la hospitalización.

A mí, me visitaban para que emitiera mi diagnóstico y decidiera si admitía como paciente al chico, que mostraba síntomas de retraimiento creciente.

Mientras yo saludaba a la madre, Gingles corrió hacia el chico y empezó a lamerle. Ante mi sorpresa, el muchacho no se asustó sino que abrazó al perro y comenzó a acariciarlo, la madre intentó separarlos pero le hice señas de que los dejara.

Antes del final de la entrevista, el chico expresó su deseo de volver a jugar con el perro. Con unos auspicios tan prometedores comenzó el tratamiento de Jhonny.

Durante varias sesiones jugó con el perro, aparentemente ajeno a mi presencia. Sin embargo mantuvimos muchas conversaciones durante las cuales estaba tan absorto con el perro que parecía no escucharme, aunque sus respuestas eran coherentes.

Finalmente, parte del afecto que sentía por el perro recayó sobre mí y fui conscientemente incluído en el juego.

Lentamente, logramos una fuerte compenetración que posibilitó mi trabajo para resolver los problemas del niño.

Parte del mérito de la rehabilitación hay que dársela a Gingles, que fue un coterapeuta muy entusiasta«.

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